Creced y multiplicaos por cero.

8 de marzo de 2018

Como decimos hoy...

Foto: Eliseo García Nieto
Cuando fray Luis de León regresó a su cátedra en la Universidad de Salamanca tras un lustro prisionero en una cárcel de la Inquisición, comenzó la primera clase a sus alumnos con una frase que ha pasado a la Historia: "Como decíamos ayer...". La fórmula, que conjuga en sólo tres palabras la voluntad de superar un periodo aciago borrándolo como si nunca hubiese existido, tuvo éxito. Otro prócer del campus salmantino, Miguel de Unamuno, la repitió cuatro siglos después en su retorno a las aulas tras ser desterrado por la dictadura de Primo de Rivera.
Con precedentes así, uno estaba tentado de reanudar este blog usando la famosa frase, porque ya se sabe que para brillar sólo hay dos modos: emitiendo luz propia, como el Sol, o reflejando la ajena, cual la Luna; y con los años que tengo, ya sé qué método es el mío. Así que, el modus operandi estaba claro. Primero, recordar la entrada príncipe del blog, ¡Viva la P.E.H.P.A!. Segundo, comenzar con el "como decíamos ayer...", que da lustre cultureta. Tercero, narrar con el inevitable cachondeo que, como era de prever por las normas procesales de la justicia poética, aquel individuo que en el 2006 exhortaba a aniquilar la especie humana mediante el cierre del grifo reproductivo, había tenido una niña justo un decenio después. Lo que es peor: lo había dejado todo para criarla.
Decidido lo tenía cuando, contraviniendo todos mis principios, me paré a pensar. En lo ocurrido desde el 7 diciembre de 2006 a aquel aspirante a todo que acababa la treintena teniendo muy claras las cosas, para acabar convertido en este cincuentón cansado -mas no desesperanzado-, dudoso hasta de sus dudas y consciente de que aquello que antaño tanto deseaba acabaron siendo sueños de otro que ya no es él. Porque él no solo ya no sueña, sino que apenas pega ojo desde que nació el bebé.
Vinieron a mi memoria todos los seres queridos, los que dejé de querer y los que nunca supuse que podría querer tanto. Pensé en los parientes muertos, en los amigos difuntos y en todos los que perecieron en ese fallecimiento pendiente de certificado que es el perder contacto. Recordé el descubrimiento gozoso, casi infantil, de no tragarme la rabia y decir lo que sentía exactamente a quienes menos deseaban escucharme; y el subidón que supone comprobar que sirve de algo a alguien aparte de ti. Evoqué el esfuerzo puesto en tareas tan dispares como reformar viviendas disfrazado de albañil, filmar un largometraje con el presupuesto de un corto, dedicarle cinco años a un libro sobre borricos y volverme amo de casa ya entrado en la cincuentena y teniendo a mi cuidado una anciana y un bebé. Rememoré el cosquilleo de dar un salto al vacío, ya fuese desde una avioneta, el borde de un precipicio, un barco en medio del mar, un puesto de trabajo fijo o una prueba de embarazo.
Reviví todos los miedos, los gozos y las ilusiones, los éxitos y fracasos, las pérdidas y ganancias. Mi conclusión fue que no; que no quería borrar todo ese periodo intenso, tan único e irreemplazable como todos los demás que me llevaron entonces, aquel 7 de diciembre del año de 2006, a proclamar convicciones con la misma libertad con que ahora defiendo otras; distintas, es muy probable, pero igualmente sinceras.
Sobra, pues, reanudar esto con "como decíamos ayer...". Porque todo cuanto diga será reflejo del tiempo transcurrido desde entonces y de la vida que tuvo aquel bloguero lejano hasta convertirse en este que vuelve ahora al teclado. Aquel hombre fogueado en el estrépito de redacciones y rodajes regresa de madrugada, mimetizado al silencio de la casa que parece ponerse un dedo en los labios para que nada perturbe el sueño de una niña infatigable y una mujer derrengada.
Él también está cansado, pero se ajusta las gafas y escribe estas tres palabras: "Como decimos hoy...".